Por Jorge Raventos
La realidad ha evidenciado que, pese a haberse vacunado en enero contra el Covid 19 con la primera dosis de la Sputnik V, no era imposible que el presidente Alberto Fernández contrajera el virus a principios de abril.
Aunque las probabilidades fueran bajas (en Moscú, el 0,1% de las personas que se aplicaron la Sputnik V de todos modos modos se contagiaron; en Argentina, el ministerio de Salud reporta “menos del 0,2 por ciento”), estaban lejos de ser nulas.
El positivo presidencial
Sin embargo, el positivo presidencial provocó un considerable estupor, en parte motivado por una renovada perplejidad sobre las capacidades inmunitarias de las vacunas antiCovid (más allá de las marcas), pero seguramente también porque la enfermedad de Fernández sugiere el escenario eventual de un reemplazo.
Súbltamente, el rumor conjetural que varias columnas amplificaron días atrás, de un alejamiento ofrecido por Fernández a la señora de Kirchner (“Si querés, me voy”), podía fortuitamente convertirse en realidad por obra del coronavirus y empujar a la cabeza del Ejecutivo, por un período indefinido, a la vicepresidenta.
Esa evocación de una fantasía -más remota, si se quiere, que el contagio de un vacunado- hizo vacilar y distinguir martices a muchas plumas ligeras que dan por sentado que la señora de Kirchner ya maneja plenamente el gobierno sin necesidad de formalizarlo.
Es cierto que el peso de la vicepresidente y la dinámica de los sectores que se referencian en ella condicionan fuertemente y escoran el gobierno de Fernández, pero, para bien o para mal, sigue habiendo una diferencia. Que el Frente de Todos no hubiera triunfado con la señora como candidata presidencial es un dato que ella tuvo lúcidamente en cuenta cuando apeló a Fernández para encabezar la boleta y que sigue teniendo vigencia. La inclinación que impone el kirchnerismo al gobierno debilita al Presidente pero también a la coalición oficialista, y el programa que ese sector pretende que Fernández lleve adelante lo que determina es una ampliación de las condiciones de ingobernabilidad.
División y decadencia
Si el Covid llegara a provocar un cambio en el puente de mando del gobierno ese proceso se aceleraría.
Las pulsiones de ingobernabiidad que bullen en la Argentina parecen encontrarse en un punto diferente del económico. Este año la economía está mejorando, así sea de rebote después de haber transitado por diferentes subsuelos. Los analistas estiman que en 2021 se registrará un crecimiento de alrededor del 7 por ciento (de todos modos, para alcanzar niveles en los que el país estaba tres años atrás), hay varios meses seguidos de alza en la industria y en la construcción y, por primera vez en una serie de 65 meses, en marzo se ha contabilizado un aumento en la ocupación privada (16.000 puestos de trabajo más que en marzo del 2020). Los precios de los agroalimentos (con la soja y el maiz como abanderados) están muy altos, y no coyunturalmente, ya que los sostiene la pujante demanda china, llamada a perdurar.
Lo que el país no consigue forjar es un sistema político que garantice que las condiciones favorables pasen continuadamente de la potencia al acto, y que se transformen en palancas para el desarrollo social y la competitividad de empresas y personas. No sólo subsiste la grieta entre coaliciones, sino que se observan tensiones fuertes al interior de cada una de las coaliciones más caracterizadas.
En la última semana, la concurrencia de caracterizados dirigentes de Juntos por el Cambio a la Casa Rosada encrespó las aguas opositoras. Jorge Macri y Cristian Ritondo asistieron a un encuentro con dirigentes del oficialismo (los ministros de Interior y de Obras Públicas, el presidente de la Cámara de Diputados y el jefe del bloque del Frente de Todos en la cámara baja) en los que se trató el proyecto de obras públicas en municipios y se comenzó a analizar la posibilidad de postergar un mes tanto las elecciones primarias como las generales. Los opositores advirtieron que este último tema debía tratarse en el ámbito legislativo y que, por otra parte estaban en vísperas de una reunión de la conducción de Juntos por el Cambio, razón por la cual no podían anticiparse a acordar la postergación.
En rigor, tan pronto como trascendió que el tema sería conversado en la Casa Rosada y antes de que Jorge Macri y Ritondo dejaran ese ámbito, la maquinaria de difusión del ala dura opositora salió a descalificarlos.
Lo que podía ser un paso inicial para acordar reglas de juego (las fechas electorales lo son) pasó a ser demonizado y se convirtió en un motivo para censurar a los dirigentes que se expusieron.
Desde el oficialismo se contribuyó a esa presión, con intención o por torpeza. ¿Por qué dejar trascender una conversación política apenas preparatoria anticipándose a que los interlocutores blanquearan el tema en su ámbito partidario?
A veces el afán de introducir cuñas en el competidor prevalece sobre la construcción responsable, prudente y a largo plazo.
Las fallas arquitectónicas del sistema político son las que explican el derroche de oportunidades y los malos resultados que se contabilizan después de casi cuatro décadas de la democracia recuperada en 1983: retroceso económico, extensión de la pobreza y la indigencia, caída en el campo educativo, aislamiento internacional.
Sin atacar ese flanco, sin modificar comportamientos y de no cambiar el faccionalismo sin cuartel por una competencia responsable y cooperativa, no habrá vacuna ni elección que vuelva al país inmune frente a la ingobernabilidad y la decadencia.